Mirar hacia otro lado es moralmente inaceptable. Vamos por los ochocientos muertos, causados en su mayoría entre la población civil, incluidos más de cien niños. Uno no puede quedarse impasible ante ese provisional y ya trágico balance de una desproporcionada reacción militar ante las provocaciones de Hamas. La desproporción, la desmesura, el exceso, la brutalidad de la respuesta, está resultando en este caso el pecado de lesa humanidad que está cometiendo Israel.
No sólo desde el punto de vista moral. También lo es desde el punto de vista legal, pues la proporcionalidad (junto a la provisionalidad, la subsidiariedad y el deber de informar al Consejo de Seguridad de la ONU) es uno de los requisitos para el uso de la fuerza, según la jurisprudencia aplicada al artículo 51 de la Carta de las Naciones. Se refiere al derecho de legítima defensa. Este derecho es el invocado por Israel cuando nos recuerda el hostigamiento sobre su territorio con los famosos cohetes Kassam.
Estamos ante la persecución de un objetivo justo (garantizar el derecho de los israelíes a vivir en paz) mediante el uso de unos medios desproporcionados. No se trata de ponerse a la altura de Hamas o esperar a que Hamas se ponga a la altura de Israel, según un conocido sofisma de André Glucksmann. Se trata de recurrir a las acciones selectivas. Al Estado de Israel le sobran medios, tecnología y conocimientos para defenderse sin asesinar al camarero porque le ha servido la sopa fría.
Precisamente por conocer de antemano la desigual relación de las fuerzas, en todos los terrenos, algunos siempre nos hemos permitido desplazar la carga de la prueba hacia la parte fuerte del conflicto. No sólo la más fuerte. También la más próxima a nuestras coordenadas geopolíticas, culturales e incluso religiosas. Cualquiera de nosotros se puede reconocer en el Antiguo Testamento pero nunca en el Corán. Y en términos políticos es evidente que España comparte el mismo sustrato democrático que Israel.
Todo eso es lo que nos lleva a reclamar de Israel la obligación, o la generosidad, si se prefiere, de quebrar definitivamente esa interminable espiral de acción-reacción en la que los palestinos siempre, siempre, siempre, llevan la peor parte.