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Todo está ferpecto

Política antipática

El independentismo catalán, que lleva años secuestrando la agenda pública, es repelente. Las opciones que representan Pedro Sánchez y Feijóo, también

Publicado: 24/09/2023 ·
22:52
· Actualizado: 25/09/2023 · 16:21
  • Carles Puigdemont. -
Autor

Daniel Barea

Yo soy curioso hasta decir basta. Mantengo el tipo gracias a una estricta dieta a base de letras

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Uno, que anda la mayor parte del tiempo con el ceño fruncido y escribe auténticos tostones habitualmente, no es la alegría de la huerta, pero el independentismo catalán, que ha secuestrado la agenda política y mediática desde hace cuatro años, es antipático y repelente. El victimismo permanente, aquel España nos roba, es agotador. La reclamación de 450.000 millones de euros a la Administración General del Estado como dudosa deuda histórica es escandalosa. Y la persecución al castellano en las aulas, en los comercios, en cualquier faceta pública o privada, en definitiva, resulta intolerable. Lo último, la defensa de una amnistía para los autores del golpe, es una provocación que divide a un puñado de políticos alunados en ciudadanos de primera, con privilegios excepcionales ante la ley, y el resto de españoles, varias decenas de millones. Casi nada.

La oposición también se conduce en esta crisis con antipatía. Lo de Alfonso Guerra está muy bien. El histórico socialista reprende, con la autoridad que le otorgan la experiencia y una fecunda trayectoria política, a Pedro Sánchez y su entrega a los fanáticos, con razón, pero la pierde cuando se mete en charcos al acusar a Yolanda Díaz de ir a la peluquería. Pero qué demonios. El discurso de Alfonso Guerra es como un sketch de Martes y Trece de los años ochenta. Quizá tuvo gracia entonces; ahora, ninguna.

Borja Semper, por su parte, no solo es antipático al echar mano del esukera en el Congreso para criticar el uso del euskera en el Congreso, sino que también es ridículo. Que Alberto Núñez Feijóo lo recuperara para la primera línea política es raro. Borja Semper se empeña en recordar con cada intervención que esto no es lo suyo. Su jefe, también. A Alberto Núñez Feijóo se le ve malhumorado. No está cómodo con el papel que le ha tocado. Tiene un permanente gesto en la cara de fastidio, como si le molestara tener que bajar la basura estando ya en pijama. Su discurso es, además, perturbador, al alentar algo parecido al transfuguismo para sacar adelante su investidura, en un vano intento de ocultar la soledad del PP en las Cortes Generales. Su llamada a la “revuelta de la España de la igualdad”, con ese tono monocorde y sin mostrar entusiasmo alguno, invita a la participación tanto como empezar a leer ‘El arco iris de la gravedad’, de Thomas Pynchon.

A estas alturas del interminable ‘impasse’ entre las elecciones generales y la elección del presidente, uno empieza a echar de menos, qué se yo, un bailecito de Iceta. Lo que está en juego es serio, sí, pero, caramba, si a la crispación le añadimos antipatía, la desafección de la opinión pública hacia lo que suceda con el Gobierno será aún mayor.

Es necesario renovar los mensajes. La polarización, las negociaciones a cara de perro, la crispación, los malos modos y el reconocimiento de que todo se reduce a una cuestión de recursos económicos para las regiones agotan hasta el punto de que, en unas nuevas elecciones, la abstención, me temo, se dispararía. ¿A nadie se le ocurre hablar de grandes acuerdos para fortalecer España? ¿Nadie va a hablar de conciliación e ilusión en lugar de hacerlo de desesperanza y ruptura?

 

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