Es inmoral, indecente y deshonesto que mientras que la gente pobre está lidiando para pagar productos de alimentación o básicos, como medicamentos o calefacción, las grandes corporaciones o grandes empresas, estén atesorando ganancias por valor de miles de millones de dólares.
¿Cómo es posible que el número de personas que vive en la pobreza esté creciendo en un porcentaje más rápido que la población mundial?
Los bancos de EEUU y las grandes industrias, incluidas también las de países occidentales, invierten cuantiosas cifras en los continentes del “tercer mundo”, como Asia, África o América del Sur, lo que les producen grandes riquezas que obtienen ofreciendo a los trabajadores salarios muy bajos y escasos o nulos gastos para la seguridad en el trabajo. En dichos países, los negocios locales han sido destruidos y además controlan sus mercados. Estos trabajadores empobrecidos son, a la vez, consumidores activos, lo cual va en beneficio del capital, a lo que hay que sumar la ausencia de impuestos. Es la pescadilla que se muerde la cola.
He aquí la desigualdad. Las familias se endeudan para poder adquirir una vivienda digna; los estados se endeudan presionados por las privatizaciones y la desfiscalización, que hace que su poder político sea menguado en beneficio de los mercados capitales.
En España no nos libramos de esa desigualdad, sino todo lo contrario, que creció, sobre todo por la depreciación salarial y limitación de prestaciones exigidas por el gobierno de derechas de Mariano Rajoy y muy a pesar de que el actual gobierno de izquierdas y coalición haya logrado disminuirla con la subida del salario mínimo interprofesional y la reforma laboral, entre otros beneficios, la brecha sigue estando y la riqueza se concentra en el diez por ciento de los más ricos.
Pero volvamos a EEUU. Este país ha sido uno de los pocos que se ha negado a firmar una convención internacional para la abolición del trabajo infantil y forzado. Empresas norteamericanas y de otros países (no quiero nombrar a ninguna, que las hay y muchas), pagan a sus trabajadores once centavos por hora (lo que equivale a 1,2 euros al día, aproximadamente) en países del “tercer mundo”, donde niños de tan solo cinco años trabajan en fábricas hasta más de doce horas diarias, siete días a la semana, en cuclillas, en pasillos estrechos y sin ventilación y escasa iluminación, expuestos al humo de las fábricas, sufriendo multitud de accidentes laborales y muertes, por un salario ínfimo, pero suponen mano de obra barata y las grandes empresas obtienen pingües beneficios. Me río yo cuando leo o veo en los medios de comunicación las noticias que dicen que “ciertos” dueños de empresas, españoles y no españoles son aplaudidos porque compran “una maquinita” para algún que otro hospital...¡Qué gran corazón el de estos hombres!. Me río, sí, pero también me dan ganas de llorar cuando me entero de que las ayudas que se les entrega a esos países del “tercer mundo” llegan con multitud de trabas, o buena parte de esa ayuda monetaria no llega donde tiene que llegar, pues cae en las manos corruptas de los funcionarios de los países que la reciben. También se les exige dar preferencia a las inversiones de compañías de Estados Unidos, supliendo o desbancando el consumo de mercancías y alimentos locales en favor de los importados, con lo cual esto supone hambruna, dependencia y más deuda.
Por otra parte, existe la creencia de que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial apoyan y cooperan con el desarrollo de las naciones, pero no es oro todo lo que reluce. Lo que ocurre es bien diferente. Me explico: si a uno de los países pobres se le ocurre pedir un préstamo al Banco Mundial y no puede pagar los fuertes intereses por el motivo que sea, se encontrará con la obligación y la necesidad de pedir otro préstamo, pero esta vez sería al Fondo Monetario Internacional y al mismo tiempo, este organismo obliga al país deudor a que den beneficios fiscales a las corporaciones multinacionales, presionando también para que privaticen sus economías vendiendo a un precio tremendamente bajo los servicios públicos, entre otros, que son del estado. Son muchos los casos de países pobres que se ven obligados a recortar en educación, salud, alimentos básicos, etc...para poder hacer frente a los pagos de dicha deuda. Volvemos a la pescadilla que se muerde la cola.
Bueno, ya está, hemos descubierto cuáles son sus verdaderas intenciones, que por supuesto, no son mejorar a los países pobres, sino controlar y salvaguardar los intereses de la acumulación global del capital. Esto es el capitalismo, monopolizar los mercados, disminuir los salarios, esclavizar con deudas descomunales, privatizar todos los servicios públicos e impedir que los países pobres florezcan comercialmente y se conviertan en sus competidores. Pero éste es el mundo que tenemos y con el que nos conformamos. La desigualdad económica entre las personas más ricas y las más pobres continúa creciendo y el mundo sigue girando...
¿Dejará de morderse la cola la pescadilla cuando el grupo BRICS termine con la creación e implantación de su propia moneda, evitando los riesgos que generan las fluctuaciones del tipo de cambio en el comercio mutuo? Me gustan los principios en los que esta nueva organización está basada, como los de igualdad, respeto mutuo, consenso, no intervención y estricta adhesión a la Carta de la ONU. ¡Ojalá España decidiera adherirse a él!