Hace unos meses, paseando por la novelesca Plaza de las Flores, me encontré con dos forasteros a la altura del Café Bar La Marina. Por el acento inglés que usaban y por su forma de chapurrear el castellano, deduje que serían americanos. Y, en efecto, estaba en lo cierto. Concretamente, nativos de Chicago. Como digo, en un castellano suficientemente descifrable me preguntaron por la “Parrroquia de San Lorrensso y por la “Virrgen de los Dolorress”. En un principio me extrañó que me preguntaran por una iglesia y no por un museo, y por una Virgen concreta y no por el Teatro Falla. Pero luego recordé que en realidad no era de extrañar, pues históricamente, los inmigrantes católicos de México encontraron un lugar de refugio en sus nuevas parroquias de Chicago, donde se les proporcionaban no solo los sacramentos, sino también un espacio para funciones sociales católicas y comunitarias.
De hecho, de acuerdo al anuario pontificio 2022, la arquidiócesis de Chicago tenía a finales de 2021 un total de 2. 163. 000 fieles bautizados. En nuestra efímera conversación supe que habían conocido a la Virgen de los Dolores en el verano del año 2011, concretamente el 17 de septiembre, día de la Coronación Canónica de la dolorosa. Desde entonces no habían vuelto por aquí, y ahora que lo hacían, sentían la necesidad de volver a encontrarse con aquella Virgen tan bella de manos entrelazadas. Entonces, los conduje hasta la confluencia de Hospital de Mujeres con la Calle Sagasta. Y fue justo en esa esquina -visiblemente enamorados de Cádiz -, cuando me preguntaron el motivo por el que la Virgen de los Servitas había sido coronada con tanto boato, si todas las vírgenes que habían visto por el mundo, portaban también coronas en sus sienes. Yo les miré a los ojos y me detuve en la profundidad de la calle Sagasta. A lo lejos el sol se posó sobre el tejado cerámico del templo y entonces les dije: -La Virgen de los Dolores fue coronada porque ese sol cargado de nostalgias deposita cada mañana un poco de luz sobre su puerta, y en esa luz de cada día, está la mano de Dios. Fue coronada porque los hermanos profesos que llevan las riendas de la venerable orden tercera atienden varias diaconías de Cáritas, visitan a los enfermos y están comprometidos con la liturgia y la formación semanal de todos sus siervos. Se le concedió desde Roma una corona de amores porque en cada imperial refulgían esos novicios que con disciplina y esfuerzo, se preparaban con el estudio de la Palabra, para llevar su nombre y su devoción por cada rincón del mundo.
En su corona espejea una plaza de las Flores donde cada ramo de orquídeas representa un vecino y un devoto del barrio; si su corazón fue traspasado por siete puñales, su alma se transfiere cada día por miles de ramos de azucenas de esta plaza centinela, muy próxima a un mercado de abastos que antes fue terreno de huertas del desaparecido convento de los Descalzos, exclaustrado cuando la desamortización de Mendizábal. Se coronó porque sus piñas salomónicas de flores llevan nuestras plegarias al cielo; porque dentro de sus manos está el misterio de nuestra fe; porque una voz de Julio Reyeros es un pregón en el alma de sus siervos cargadores y porque decir Servitas en Cádiz es nombrar la gloria prometida. Los americanos me agradecieron mi tiempo y se fueron en busca del templo de San Lorenzo. Nunca más volví a saber de ellos, sin embargo, ahora sé que en algún rincón de América, entre altos rascacielos y avenidas infinitas, brilla también una luz de la corona de María Santísima de los Dolores.