Sharm el Sheij no será el nombre de ningún memorable acuerdo climático y no será recordada como sede de una brillante reunión internacional de impecable ejecución: los esfuerzos egipcios quedaron opacados por clamorosos fallos organizativos, por sus resultados ambiguos y por la imposible relación entre un país represor y una sociedad civil libre.
La apuesta por celebrar esta reunión internacional clave para el futuro climático del planeta en este 'resort' playero en mitad del desierto al que solo se puede llegar en términos prácticos por vía aérea, a un costo millonario para el erario público de un país prácticamente en bancarrota, no dio los réditos de esperados y sus resoluciones dejaron "muchos deberes por hacer", como reconoció la ONU.
Ni la denodada labor, exquisita educación y cortesía profesional de la presidencia de la COP27, que genuinamente trabajó para lograr un resultado "significativo", ni la simpatía y buen humor de los trabajadores egipcios del gigantesco reciento ferial donde se realizó la cumbre pudieron hacer obviar los problemas de fondo y forma de esta cumbre.
SED, HAMBRE, CAMAS
Que el incansable portavoz de la presidencia de la COP27, el diplomático egipcio Wael Aboulmagd, tuviera que atender cosas tan prosaicas como si habría agua y comida, la carestía de los hoteles, las reservas anuladas sin aviso o los sobreprecios irregulares, en lugar de atender las pertinentes cuestiones climáticas, expone bien lo sucedido.
Las calamidades logísticas fueron un elemento central de esta COP27, algunas de ellas tan básicas como quedarse sin agua potable para atender a las miles de personas que participaban en un evento que literalmente se desarrolló en unas carpas en mitad del desierto.
Por haber, hubo hasta un desbordamiento de aguas fecales que atravesó la arteria principal del recinto.
La comida se agotó mientras que los precios dentro del recinto, donde los miles de asistentes (delegados, expositores, negociadores, periodistas y activistas climáticos) estaban virtualmente encerrados, estaban fuera de criterios racionales y del alcance de casi todos los bolsillos.
Por decreto ministerial hubo que rebajar a la mitad todos los precios tras casi una semana de conferencia y los problemas amainaron, pero el daño ya estaba hecho.
En el exterior, el problema fue el alojamiento, con decenas de invitados que descubrieron la anulación de sus reservas o la existencia de inesperadas tarifas extra para abonar una vez llegados a Sharm el Sheij.
Con los taxis pasó lo mismo. Contra toda legalidad, los chóferes comenzaron a pedir pago en divisas, a negociar tarifas muy por encima del precio normal y, prácticamente de forma unánime, a "olvidarse" del uso de los taxímetros.
FRACASO VERDE Y HUMANO
El relato de la cumbre también salió cruzado para Egipto por su difícil relación con los derechos humanos y las libertades civiles.
La huelga de hambre y sed del activista prodemocrático británico-egipcio preso Alaa Abdelfatah robó el escenario y sembró una narrativa a escala global poco amigable con el país árabe, expuesto a las acusaciones de "greenwashing" o lavado de cara verde.
No ayudó tampoco el recelo extremo de los egipcios hacia la sociedad civil, que tuvo su reflejo en el fracaso de la Zona Verde, el lugar establecido por las autoridades para actos paralelos y protestas, mal comunicada con la zona principal de la reunión.
Pocas organizaciones de la sociedad civil aceptaron organizar algo allí y esta zona fue un lugar completamente prescindible, sólo habitado por ocasionales visitantes y estatuas de animales hechas con material reciclado.
AMBICIÓN DECEPCIONANTE
La ambición egipcia de que ésta fuera la COP de África y el Sur Global y que de aquí se pasara de "las palabras a los hechos" con una decisión potente, se cumplió a medias.
La creación de un fondo para pérdidas y daños es claramente un éxito, si bien otros temas esenciales como la mitigación no avanzaron lo más mínimo y de hecho hubo que hacer grandes esfuerzos para que algunas de las decisiones de la COP26 de Glasgow no dieran marcha atrás.
La desconfianza entre los negociadores fue rampante y entre las urgencias climáticas hubo evidentes movimientos geopolíticos y presiones que incomodaron a los países que más apostaron por la descarbonización de la economía como única solución en el corto, medio y largo plazo para abordar la crisis climática.
De hecho, la Unión Europea se declaró "decepcionada" por la falta de ambición en la mitigación.
La ONU, pese a la "satisfacción" por los avances en justicia climática, afirmó que este acuerdo es "una señal política muy necesaria para reconstruir la confianza rota", pero no dejó de recordar en su análisis de los resultados de Sharm el Sheij que la "línea roja" que no se debe cruzar son los 1,5 grados de incremento de la temperatura.
La urgencia en este aspecto es perentoria..., y ahí no se avanzó respecto al pasado.
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Sharm el Sheij no será el nombre de un memorable acuerdo climático
No será recordada como sede de una brillante reunión internacional de impecable ejecución
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