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El jardín de Bomarzo

En colinas virtuales

Rusia emprende ahora una invasión con medios clásicos, pero no podemos olvidar que desde hace unos años ha estado atacando a los países occidentales

Publicado: 04/03/2022 ·
11:33
· Actualizado: 04/03/2022 · 11:33
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Bomarzo

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"La mejor victoria es vencer sin combatir". Sun Tzu, en El Arte de la Guerra.

El colaboracionismo de la España de Franco con Hitler tras la Guerra Civil del 36 propició que las fuerzas aliadas pusieran un cerco sobre nuestro país vetándole no solo de la Organización Mundial de Naciones creada en 1942 sino de todos los organismos internacionales, a lo que el dictador respondió con una manifestación en la Plaza Oriente reivindicando el orgullo nacional y la autosuficiencia del pueblo español ante el asilamiento, social y económico, al que se enfrentaba y que durante décadas dejó al país al margen del progreso y a su moneda, nuestra vieja peseta, devaluada y a la que solo rescató la Unión Europea y la creación de su moneda única. Si hay un tono de color con el que se recuerde aquella época es el gris, ese gris de la invasión militar, de los fusilamientos, del blanco y negro de la época, del atropello a los derechos humanos, a la libertades individuales y de pensamiento, todo ello posible gracias a la desconexión de una ciudadanía sin teléfonos móviles, ni internet, ni medios de comunicación libres y que vivía al margen de la globalización actual y solo era consciente de lo que sucedía en un radio individual de poco más de un kilómetro cuadrado. Una población aislada. Hoy la vida es muy distinta.

Hemos entrado casi sin darnos cuenta en un mundo virtual donde lo digital se impone a todo lo demás y eso afecta incluso cuando un individuo miserable como Putin lanza sus tanques a la calle para invadir otro país en respuesta no solo, seguramente, a una inquietud ególatra zarista típica de dictadores rancios y al ansia de aumentar su poder sino, desde luego, a un interés económico. Rusia emprende ahora una invasión con medios clásicos, pero no podemos olvidar que desde hace unos años ha estado atacando a los países occidentales a través de ciberataques bien programados contra instituciones públicas, entidades financieras, medios de comunicación y grandes empresas, aunque no haya transcendido en su verdadera dimensión porque el ciberatacado oculta el hecho para evitar mostrar la debilidad de su sistema interno de seguridad. Esta ha sido una guerra distinta, adaptada a los nuevos tiempos que, sobre todo, afloraba la amenaza de la fragilidad de nuestra sociedad dependiente de los equipos y programas informáticos y que, con este tipo de ataques, puede provocar que una ciudad se quede sin energía eléctrica con la paralización económica que ello supone y el coste repercutido. Esta es la gran amenaza que sobre vuela el mundo desarrollado. Pero también amenaza a los ciudadanos porque todos nuestros datos y nuestra vida diaria andan por el ciberespacio y la información es poder, ayer, hoy y mañana.  

La respuesta a Rusia está encontrando dos frentes, el primero a modo clásico ante invasores, ese movimiento valiente y casi romántico que supone la resistencia del pueblo ucraniano. Imágenes de masa humana cantando el himno ucraniano ante tanques rusos, personas blandiendo la bandera ante soldados rusos con arma en mano, producción casera de cocteles molotov, todo ello conmueve y nos lleva a la resistencia contra el ejército invasor. Si este frente es importante, aún lo es más la respuesta de los estados de la ONU con una estrategia de bloqueo económico y la de grandes empresas dando por finalizadas sus inversiones en Rusia como IkeaToyotaVolkswagenApple, Oracle, H&M, Disney, Netflix, Volvo, Daimler, Nike, Shell, Repsol, Galp o las navieras MSC y Maersk; agencias de viajes como Amadeus. Todas y muchas más han optado en los últimos días por dar de lado todo negocio en Rusia. El cierre por la UE y Canadá de su espacio aéreo. La exclusión de algunos bancos rusos del sistema de pagos SWIFT. Además, el mundo deportivo y el cultural también se han apuntado a apartar a todo lo que venga de allí. Por su parte, los multimillonarios repartidos por Europa ven bloqueadas sus cuentas, Alemania ha inmovilizado como sanción el mayor megayate del mundo del oligarca Usmanov. Todo ello está produciendo la caída del rublo, el aumento de los intereses financieros y un rápido empobrecimiento del pueblo ruso. Un apartheid mundial en toda regla como no imaginaba Putin, con una respuesta mucho más contundente de lo esperado y una censura internacional, con un mundo que hoy es global y que para atacarle con severidad no necesita mandar tropas porque los soldados del presente son más efectivos en pijama con ordenadores en las manos que armando fusiles. En la era digital, que todo lo abarca, la guerra se decanta sobre todo en colinas virtuales, donde puede ser que pronto estas guerras tengan su escenario por ese mundo virtual próximo que bajo el concepto de metaverso empresas como Facebook apuestan e invierten grandes cantidades y de hecho la red social ha registrado la marca Meta para este futuro virtual.

El metaverso, en resumen, propondrá que a través de dispositivos avanzados como gafas tridimensionales, entremos en un mundo virtual donde un avatar a tu imagen -o modificado a tu gusto- se dejará guiar y conducir por ti en una vida paralela y virtual, hará compras, negocios, consumirá y generará ingresos, caminará por internet e, incluso, tendrá relaciones íntimas con otros avatares, lo cual resulta a la vez llamativo, sorprendente, desolador. Pero lo cierto es que la era digital avanza frenética y lo hace a un ritmo tan veloz que apenas si da tiempo a asumir un cambio cuando se aproxima otro mayor, en todos los aspectos de la vida, en las relaciones personales, en los negocios, en la economía nacional e internacional, también en las guerras del futuro, en las del presente.

Vemos cómo los códigos QR, que hace nada -NADA- no eran más que un dibujo ininteligible sin sentido, se han apoderado de todo, de las cartas o menús en los restaurantes, de nuestra regulación sanitaria, también para hacerle el seguimiento en directo a la guerra y, como todo, tiene su parte positiva porque nos facilita la vida y nos da acceso a la información inmediata, también supone un método de control férreo sobre el individuo, su situación general, su economía, su historial de desplazamientos; hacienda ya controla y regula los traspasos vía bizum y, por todo ello, cada día son más los que abandonan los teléfonos de última generación y vuelven a los analógicos. En la era digital no hay árboles bajo los que cobijarse, todo está en el aire, todo se puede ver y controlar, saber, atacar. En la guerra también.

Uno no entiende cómo es posible que estemos en guerra, porque lo estamos todos porque a todos afecta, en mayor o menor grado, y qué poca cosa resulta lo demás cuando ves una hilera de tanques avanzando para invadir a otro que, previamente, no le ha agredido y a un pueblo temeroso que abandona en masa su país. Uno no entiende nada.

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